Tres - Onetti, Cortazar & Prego Gadea

Muhr (Dorotea Muhr, la mujer de Onetti). Onetti leyó "El perseguidor", se fue al cuarto de baño de su casa y rompió el espejo de una trompada.
Omar Prego Gadea: Exactamente. Onetti nos contó eso un día a mi mujer y a mí, allá en Montevideo. Fue esa secuencia -vos empezás esa parte del cuento abriéndola con esa sola palabra, "secuencias"- de la muerte de Bee, la hija mayor de Johnny y Lan.
Julio Cortázar: Nadie ha tenido una reacción que me pueda conmover más."Los cuentos: un juego mágico", charla con Omar Prego Gadea del libro La fascinación de las palabras, Bs. As., Alfaguara, 1997

5 comentarios:

Vero dijo...

Gracias por esto, Julieta. Se me estrujó el esternón. Esa foto de Cortázar, gato contra gato, me gusta mucho, para colmo de bienes. Un beso.

julieta dijo...

Si, es linda, es que Cortázar es lindo.

Pablo dijo...

Está lindo el texto, pero lástima que se corta en los bordes...quizá esté tildada mi máquina...no se.

julieta dijo...

No, la culpa era mía, se me carajeó y creo, se arregló.
No se que de la tabla..

Gustavo López dijo...

¿Pero quién mierda es este Onetti que todo el mundo pide por él?

Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti.

M. E. Gilio - C. M. Dominguez

Su desgracia tuvo origen en un premio: integraba el jurado del semanario Marcha que en 1974 premió El guardaespaldas, de Nelson Marra. En ese cuento un militar se acostaba con otro hombre. Eso le costó la cárcel a Marra y a los miembros del jurado.

Julio Cortázar escribió:
«Según las últimas noticias de Montevideo, los directores del semanario Marcha y los escritores Juan Carlos Onetti, Mercedes Rein y Nelson Marra siguen presos por pornógrafos. Más exactamente, el pornógrafo sería Marra, autor de un relato titulado El guardaespaldas, que además se considera agraviante para el cuerpo de policía; sus cómplices, claro está, son los miembros del jurado que le dieron el premio patrocinado por Marcha. Otro integrante del jurado, Jorge Ruffinelli, tuvo la buena suerte de no estar en el Uruguay el día en que los militares que pretenden gobernar ese país metieron en la cárcel a algunas de las más destacadas figuras de la literatura latinoamericana, así como al fundador y director de la revista, Carlos Quijano, y al secretario de redacción Hugo Alfaro.
»La última noticia, más bien divertida, es que el gobierno del Uruguay ha emplazado al New York Times, que había calificado de arbitrario el encarcelamiento de Onetti y sus colegas, a que publique el cuento inculpado, "para que el público norteamericano juzgue las razones que justifican la medida tomada por el Uruguay". Desde luego, sería una excelente cosa que el New York Times recogiera el desafío y publicara el cuento; los lectores norteamericanos, que han pasado por la escuela de Henry Miller y de Norman Mailer, no van a sonrojarse por la eventual 'pornografía' de un relato que, por lo visto, presenta a un guardaespaldas homosexual que termina siendo ejecutado por los tupamaros; como si en Francia los lectores de Jean Genet o de Tony Duvert fueran a sobresaltarse por un tema que incluso comienza a fatigarlos por repetitivo.
»Desde el 11 de febrero, fecha de esta escandalosa serie de detenciones, que, por lo demás, no fue más que un cómodo pretexto para liquidar a la única publicación uruguaya que, contra viento y marea, seguía defendiendo la democracia en el Uruguay, las reacciones internacionales han sido múltiples y elocuentes; elocuentes sobre todo por su total ineficacia frente a la sordera de los jerarcas castrenses uruguayos, para quienes las cartas y los cables firmados por intelectuales de todo el mundo, las asambleas de protesta y las severas apreciaciones de muchos órganos de prensa resbalan como el agua en el plumaje de un pato. Para peor, esa ineficacia es doble, pues no sólo se traduce en indiferencia por parte de quienes violan cínicamente derechos humanos elementales, sino que también se manifiesta del lado de aquellos que deberían multiplicar sus voces para denunciar el atropello. Lo sabemos: un azar insidioso se las arregla casi siempre para que una nueva guerra, un nuevo secuestro o un nuevo atentado sustituyan rápidamente las noticias de actualidad en la primera página de la memoria y de los diarios; sólo los directamente interesados (en irrisoria minoría) se esfuerzan por contrarrestar ese olvido en el que la frivolidad no está del todo ausente. En Europa, por ejemplo, la expulsión de Solzhenitsyn ya ha borrado prácticamente toda huella de lo sucedido hace menos de un mes en Montevideo; desde luego, un escritor como Juan Carlos Onetti es menos famoso aquí que su colega ruso, y pertenece a un pequeño país sin crédito político internacional. Mientras las firmas más célebres del planeta se ocupan del gran escándalo, prácticamente ninguna toma en cuenta el pequeño; sin embargo, no hay grande ni pequeño en este reiterado desprecio del poder ensoberbecido hacia los hombres libres, de las máquinas burocráticas hacia los individuos que se obstinan en pensar por su cuenta. Ya que cablegrafiar a los militares uruguayos es tan inoperante como pegarle a Carlos Monzón, sería tiempo de que encontráramos otras maneras de resistir a una barbarie que en Chile, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay forma un frente común harto más eficaz que nuestros intelectualísimos mensajes.
»Me molesta tener que referirme aquí en particular a Juan Carlos Onetti, uno de los más grandes novelistas latinoamericanos de nuestro tiempo; me molesta por la misma razón que, al colaborar en un dossier noir sobre las atrocidades de la junta militar de Chile, me molestó citar nombres ilustres cuando todo un pueblo está sufriendo un destino parecido. Pero tal es la ley del juego, y si ignoramos los nombres de millares de obreros, de campesinos y pequeños empleados sometidos al terror de las dictaduras latinoamericanas, por lo menos nos cabe nombrarlos simbólicamente al citar a aquellos que se han destacado en algún campo de la creación o del conocimiento. Cuando digo que Juan Carlos Onetti es un motivo de orgullo para nuestro continente y para el Uruguay en particular, estoy diciendo eso y mucho más; estoy acusando a un régimen de violar instituciones y derechos nacidos de largas guerras de independencia y de incontables conflictos internos, lo estoy acusando de humillar a un pueblo generoso y democrático con una estúpida demostración de fuerza bruta y de desprecio. Y si antes afirmé que no sólo éramos ineficaces en nuestras protestas contra la dictadura, sino en nuestra incapacidad de acrecentar la unión de nuestras filas, no lo dije con despecho, sino con humildad y con vergüenza. Pero si hay una vergüenza pasiva e inútil, también hay otra capaz de movilizar incontables fuerzas y recursos para oponerse a la ignominia; la historia está llena de esas explosiones colectivas de la vergüenza. Ojalá todos los que solitariamente se lamentan hoy por lo que sucede en el Uruguay acepten mi certidumbre de que ese sentimiento debe cambiar de signo para convertirse en algo positivo, acepten que tanta vergüenza privada puede llegar a ser, si lo queremos verdaderamente, la mejor arma contra la soberbia y la prepotencia de los que ignoran que su geopolítica está condenada al fracaso en lo que bien podemos llamar el corazón planetario de la humanidad».

Su desgracia durante la dictadura militar tuvo un origen literario. Nunca había tenido suerte con los concursos: por lo general, como participante, salía segundo.

Quiero sumar a este blog (vacío) la entrada que hice recién en el mío (olvido). Acabo de encontrar otro (no más eternidad) y me pareció que estaría bueno tender un puente. No sabía ahora en cuál de los cruces entre Onetti, Cortázar y Domínguez hacer mi comentario. Podría haber sido cualquiera, pero elegí éste.