Lo imposible como meta

La trágica conciencia sobre las limitaciones propias es lo que otorga a la identidad humana un carácter heroico y titánico durante el tiempo en que ésta se esfuerza para derribar las fronteras entre lo posible y lo imposible. En los momentos en que el Individuo finito, limitado y disperso se contrasta a sí mismo con el Universo infinito, ilimitado y único, se produce una tensión que, tras un sentimiento inicial de angustia, deviene más tarde en energía creadora, para terminar transformándose en melancólico desengaño por los sueños estropeados.
Todo ello ha sido reiteradamente tratado en la Historia del Arte: las representaciones de la Torre de Babel por Benozzo Gozzoli y Brueghel el Viejo, los interiores carcelarios de Piranesi, las representaciones de espirales y laberintos, el monumento a la III Internacional de Vladimir Tatlin, las paradojas de René Magritte, la arquitectura helicoidal de Frank L. Wright, las obsesiones entrópicas de Robert Smithson, el campo de rayos de Walter de Maria, la arquitectura quebrada de Daniel Libeskind; La literatura tampoco ha sido ajena a este interés: el Frankenstein de Mary W. Shelley, el Frenhofer de Honoré de Balzac, el palacio/oficina/cárcel de Franz Kafka, la biblioteca de Jorge Luis Borges


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